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31 DE MAYO DE 1970: MEDIOS Y SOLIDARIDAD EN EL PERÚ

Doctor en historia por la Universidad Libre de Berlín (Alemania). Investigador y profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú, además de asesor en el Centro Regional de Sismología para América del Sur (CERESIS).

En la tarde del 31 de mayo de 1970, un mortífero fenómeno natural quedó inmortalizado en la memoria de todo un país. Un devastador terremoto que se produjo en el departamento de Ancash, dio lugar a la desaparición de la ciudad de Yungay, trajo la muerte a cerca de 70 mil personas y dejó casi un millón de damnificados en 22 provincias. La masiva tragedia que tuvo que afrontar el Perú fue algo sin precedentes en su historia; aun así, esta catástrofe representó mucho más que un evento para el ámbito local o nacional, en aquel momento se convirtió en un acontecimiento de orden global.

El año 1970 era para el Perú y el mundo un momento de importantes cambios, tanto en lo político como en lo económico, social, cultural y hasta tecnológico. Así, la Guerra Fría parecía entrar en un proceso de “distensión” entre las superpotencias del orbe, los EE.UU. y la Unión Soviética; aunque, aún se afrontaban terribles conflictos bélicos en África y Asia. Y, en el país, el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada, liderado por el general de división EP Juan Velasco Alvarado, había iniciado un proceso de radicales reformas que llevaban su curso.


Corresponsales de prensa cubriendo a Pat Nixon, junto a Consuelo de Velasco, en su visita a Huaraz (del archivo Richard Nixon Foundation)

Teniendo lugar ese contexto, la noticia del “cataclismo” en los Andes peruanos causó gran repercusión y recorrió por todo el planeta. Numerosos reportajes periodísticos circularon en prensa escrita, radio, cine y televisión, con imágenes impactantes de la devastación –más aún en la “TV”, que ya había alcanzado la señal cromática en varios países y que había logrado una vertiginosa expansión como el principal medio de comunicación-. Este interés conllevo a que numerosos corresponsales extranjeros y equipos de reporteros se trasladen hasta las zonas afectadas, sobre todo al Callejón de Huaylas, a fin de dar una mayor y más detallada cobertura. Este enorme despliegue permitió que, con una aguda precisión, fueran enviadas a las distintas redacciones y centrales de noticias, innumerables artículos y notas periodísticas que recogían testimonios desgarradores, junto amplios registros visuales de la ruina y destrucción total de las ciudades.

Estas gráficas y reportajes tuvieron un efecto potencializador: sensibilizaron a la opinión pública global. Lo que siguió a esta preocupación por lo que el Perú estaba afrontando fue el desarrollo de un compromiso por brindar o asistir al socorro inmediato a las decenas de miles de damnificados. Así, estos agentes de la noticia se convirtieron involuntariamente también en agentes de solidaridad internacional, al ser los directos responsables de llevar la información sobre las distintas necesidades que la emergencia había desplegado.

Con ello, durante los días, semanas y meses posteriores, el país fue testigo de una enorme movilización de ayuda humanitaria que provino de los cinco continentes; un fenómeno social que no tenía antecedente significativo alguno en la historia republicana nacional, por lo menos no en las proporciones que se fue desarrollando. La masiva emergencia condujo a que, en todo el planeta, surjan campañas de auxilio en favor del Perú que convocó a instituciones públicas y privadas, a la sociedad civil, a la Iglesia, a los organismos internacionales y, desde luego, a los propios gobiernos. Este fin solidario convocó a millones de personas, quienes organizaron el inmediato traslado de brigadas de socorro, suministros, colectas y toda clase de ayudas.

Resultaría innumerable poder señalar la cantidad de países y organismos –y dentro de los mismos, la relación de distintas entidades, ONGs, asociaciones y demás grupos-, que de una u otra forma, tomaron parte en esta cadena de solidaridad global. No obstante, es evidente que no se puede dejar de mencionar destacadas actuaciones que, 50 años después, aún resultan significativas. La labor desplegada por los gobiernos de los EE.UU., la Unión Soviética, Canadá, Alemania Federal, Japón, Suecia, Argentina, Chile, Cuba, Reino Unido, Italia, Francia, Holanda, España, Brasil, Islandia, entre tantos otros. Así, quedan en la memoria algunas imágenes que resultan representativas del momento, como el puente aéreo Moscú-Lima con la gran flota de aviones soviéticos Antonov; los albergues iglús alemanes; los hospitales cubanos; la llegada de Pat Nixon, la primera dama de los EE.UU. al Perú, etc. A su vez, organismos como las Naciones Unidas, la Cruz Roja o Cáritas Internacionalis, resultaron también fundamentales en la misión. Así, la decidida participación de estas naciones y múltiples actores humanitarios, con el fin de movilizar suministro de materiales, capital humano y grandes cifras de dinero recaudado para las víctimas, dio lugar al desarrollo de redes transnacionales que evidencian el carácter global de aquel momento de crisis.

Aun así, ¿el contexto político, tanto nacional como internacional, pudo tener influencia en el desarrollo de este despliegue solidario global del cual el Perú fue testigo? Esta resulta una interrogante que requiere de un análisis aún más profundo. Sin embargo, hay que comprender que para la historia, la coyuntura en la tienen lugar un acontecimiento siempre es el punto de partida que permite entender a las sociedades del pasado. Más aún, si el fin de este ensayo fue dar una aproximación a mirar a la tragedia del 31 de mayo de 1970 dentro de su dimensión global, se debe comenzar por mirar al escenario en el que esta se produce.

Con poca profundidad se ha analizado en la literatura, los elementos que dieron paso a que este desastre pueda ser visto en una perspectiva transnacional. Ello quizás se deba sobre todo a una cuestión metodológica en el que hacer histórico vigente. Los fenómenos naturales catastróficos suelen ser estudiados en la historiografía – más aún en la latinoamericana- como parte de lo que se denomina la historia social, y donde la crisis que afronta una sociedad ante la destrucción y la ruina, develan para los analistas un escenario idóneo para el estudio del pánico colectivo, las mentalidades o la conflictividad.  No obstante, lo ocurrido en 1970 puede ser visto desde distintas perspectivas, es un evento que merece un mayor y riguroso estudio. La historia puede conducir, sobre la base de un diálogo interdisciplinar, la apertura de nuevas líneas de investigación en torno a esta catástrofe; así, pensemos en este cincuentenario como una valiosa oportunidad para someter a discusión nuevas miradas de análisis que conduzcan a comprender mejor este acontecimiento.

Notas

  1 Virginia García Acosta (1996). Historia y desastres en América Latina Volumen I. Bogotá: La RED.

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